RELATOS CORTOS

VLAD, EL EMPALADOR. 1ª Parte

Vestido con un grueso hábito de lana, el monje camina a buen paso, rodeado por un bosque sombrío, de árboles gruesos, envueltos con esa espesa y fría niebla propia de los Cárpatos. Aunque una sencilla cruz de madera adorna su pecho, revelando que es un hombre de paz, empuña un hacha. No es un hacha de guerra, sino de leñador, buena para cortar troncos y desmenuzarlos hasta conseguir leña para el hogar. Ha recortado un poco el mango, para empuñarla como si fuera un hacha de guerra.

Cada pocos pasos, lanza miradas furtivas a sus espaldas. No sabe si los cascos de un caballo, que escucha un poco más allá de la curva del camino, son un buen augurio o uno malo. Aunque es sacerdote, lleva una bolsa con unas pocas monedas colgando del cinturón, y su grueso hábito de lana vale sus buenos dineros. Suficiente para que un hambriento con frío cometa la locura de intentar robarle. Aprieta la empuñadura del hacha, ese bosque sombrío es un buen lugar para que un grupo de desesperados asaltantes le quiten sus pocas pertenencias. Hay pobreza en Rumanía, en los Cárpatos, las pobres gentes pasan hambre. Pero el caballo no se acerca, ni se aleja. Su jinete quiere mantener la misma distancia.

De pronto, se para, ha tomado una decisión: no seguir mirando hacia atrás con miedo. Queda en medio del camino, con las piernas separadas; el hacha, a punto para golpear. Cansado de escuchar los cascos del caballo, de imaginar si ese sonido es tranquilizante o aterrador, decide hacerle frente. Con el hacha bien firme, ve aparecer el caballo con su jinete de entre la bruma. Baja el hacha, con un suspiro de alivio, al ver que es un capitán de granaderos. Como todos los granaderos es muy alto, de aspecto fuerte; sus pelos rizados, negros como la noche con unas pocas hebras planteadas, le dicen que no es de esa tierra de bosques casi impenetrables, brujas indómitas y crueles vampiros. Pelos tan rizados son escasos en esas tierras. Detiene el caballo con un ligero tirón de las bridas. En los ojos del jinete no hay sorpresa, al encontrar al monje en medio del camino. Sonríe, incluso.

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