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Martillo de Dios

Capítulo 1

  • ¡No puede hacerlo! ¡Soy el Presidente del Gobierno del Reino de España!
  • Lo sé… Lo sabemos –. Y dispara.

Boqueando como un pez, el Presidente del Gobierno del Reino de España cae sobre la moqueta con un ruido sordo, donde muere. Como un saco de patatas, medita su asesino, contemplando la caída como grabada a cámara lenta. Tarda una eternidad en chocar contra la moqueta. Es algo muy visto, eso del saco de patatas, sale en todas las novelas; al igual que lo de boquear como un pez. Pero, que recuerde, solo los peces boquean al salir del agua. Incluso dentro del agua boquean. Si algún día escribe sus memorias, cosa poco probable, dirá otra cosa que no sea lo del saco de patatas y de boquear como un pez.  Si que mencionará eso de que cayó a cámara lenta, es cómo lo vio. En cuanto a todo lo demás, ya se inventará algo dramático, espectacular, con gancho.

No quería asesinarlo, pero las fuerzas del universo me empujaron a…” Joder, que horterada y falto de verdad. Aunque por necesidad quería asesinarlo, es lo que se hace con los genocidas. El muerto es uno de tantos genocidas que han aparecido en las últimas semanas. Cosas de los tiempos de Martillo de Dios.

 La moqueta, aunque es de las caras, no puede con tanta sangre. En pocos segundos se forma un charco del líquido vital rojo. Sangra mucho, el hijoputa, como si ese cuerpo albergara más de los cinco o seis litros reglamentarios de sangre. Y ahora, ¿qué? Los asesinos primerizos sueltan la pistola, como si el trozo de acero y plástico quemara. Es lo que sale en novelas y películas, como signo de arrepentimiento, de horror por lo que acaban de hacer. ¿Arrepentimiento? ¿Horror? Y una mierda. Arturo Montesanto no suelta la pistola, le gusta esa calidez, ese calor que se difumina con rapidez. Por primera vez en su vida sabe qué es la felicidad. Sostener la pistola caliente, deleitarse con el humo del disparo es felicidad. Como saber que, por primera vez en toda su puta vida, ha hecho lo correcto.

Tiene que practicar el arte de matar. En los tiempos que ya han llegado, saber matar con arma de fuego, cuchillo o garrote será vital. Ha matado, pero solo de palabra, con órdenes dictadas a las personas oportunas. Es la primera vez que mata en persona.

Contempla su primer asesinato. De lo mucho que siente, solo analiza sus ganas de fumar. Es que quemaría un paquete entero. ¿Los dictadores primerizos fuman? Fidel Castro fumaba puros en público; Stalin, en pipa, pero eran otros tiempos.

Le ha temblado un poco la diestra al disparar. Apuntó a la cabeza pensando que por ahí saldría una cantidad de sangre aceptable con algún trocito de sesos; nada escandaloso, fácil de limpiar. Por el tembleque en el último segundo al apretar el gatillo, la bala no ha entrado en la cabeza; ha chocado contra el cuello, destrozando la yugular. El destrozo es considerable, casi le ha cortado el cuello. Charco de sangre enorme, pero no hay trocitos de sesos por ahí tirados. Una mierda de magnicidio.

Imposible limpiar la moqueta, hay que quemarla, arderá junto con todo el Palacio de la Moncloa. No ha sido una muerte limpia.

¿Es qué hay alguna muerte limpia? Bien pensado, no, salvo las que hará Martillo de Dios. Esas muertes serán muy limpias.

En los últimos días ha ordenado la muerte de muchas personas. Hombres, mujeres, incluso niños y niñas han muerto siguiendo esas órdenes. Las muertes de niñas y niños entran en las “bajas colaterales”, se supone que son inocentes, pero están igual de muertos. No se contabilizarán. Ningún muerto se contabilizará, y sus nombres no aparecerán en una lista o en alguna lápida. En los tiempos de Martillo de Dios no se escriben listas de caídos por la patria, la solidaridad, los valores, o por los grandes o por los pequeños.

Tiempos extraños, los de Martillo de Dios. Solo se escriben kilométricas listas con los materiales necesarios para enfrentarse a ese hijo de puta. Miles de toneladas de acero, miles de toneladas de plástico azul, miles de toneladas de… No hay papel para las listas de muertos.

Se ha reservado esa muerte, tenía que ser así, para que su gente entendiera que tiene los mismos ovarios o cojones que ellos o ellas. No es fácil tratar con militares y policías, donde ovarios y cojones bien puestos pintan mucho. Había que demostrar que no le temblaba la mano en el momento de disparar.

Lo malo es que la diestra tembló. El resultado es el deseado, pero la mano tembló. No volverá a ocurrir, se promete.

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